Entre el murmullo de los vendedores, compradores y el aroma de la verdura y fruta, hay algo que destaca más que cualquier verdura y fruta en la feria del agricultor: las miradas y sonrisas de los rostros que cuentan diferentes historias.
Eva Melgar, productora de hortalizas y embutidos de El Tejar, Chimaltenango, ofrece en su puesto longanizas y chorizos, junto con remolachas recién cortadas del huerto comunal de Chimaltenango. Con una sonrisa tímida, relata que ha sostenido a su familia durante décadas, gracias al trabajo entre surcos.
En otra venta se encuentra Elba Barrios, quien ofrece al público plantas medicinales y productos elaboradas con estas, champú y jabón, fruta en conserva como durazno en almíbar, así como jalea y mermeladas. Los surcos de sus manos curtidas hablan de madrugadas y jornadas largas, pero sus ojos se iluminan cuando relata que su familia también trabaja en el proceso de las plantas medicinales y la fruta en conserva
Y así al recorrer los diferentes puestos, encontramos ventas de miel, verduras, carne, hortalizas y otros productos. Los rostros de cada vendedor revelan algo más, largas jornadas, madrugadas, decenas de horas de trabajo bajo el ardiente sol.
La feria no es solo un lugar para comprar: es un espacio donde se cruzan generaciones, tradiciones y sueños. Cada rostro es una semilla sembrada en el corazón del país y detrás de cada fruta, hay una historia. Y detrás de cada historia, un rostro que merece ser visto.
La Feria del Agricultor que impulsa el Ministerio de Agricultura Ganadería y Alimentación (MAGA), promueve cadenas de valor y vínculos comerciales en diferentes regiones del país.
Porque el pueblo digno es primero (JG/ea).